jueves, 7 de mayo de 2009

La derecha atribulada

“La concepción marxista del valor es ridícula. Por mucho esfuerzo y trabajo que uno ponga en ello, jamás conseguirá convertir una torta de barro en una de manzana; 

la torta seguirá siendo de barro que nada vale”
(De la novela de Robert A. Heilein, “Tropas del Espacio”)

            Para ganar las próximas elecciones presidenciales, la Alianza necesita mantener su votación y adicionar 300 mil electores que votaron por Bachelet en 2005. Es la distancia que media en Chile entre ser gobierno y oposición. Las últimas encuestas reflejan que los roles pueden cambiar porque Sebastián Piñera ganaría hoy al contendor oficialista.   

            En política, como en la vida, el triunfo y la derrota son consecuencias de un sinnúmero de factores propios y ajenos. Así, los errores propios y heredados pueden llevar a que la Presidenta Bachelet sea recordada como “la sepulturera de la Concertación”, epílogo en que la derecha habrá sido casi irrelevante. Que nadie se llame a engaño: si esos 300 mil chilenos votasen hoy por la alternancia, estarán impugnando a una coalición descompuesta y no motivados por una Alianza virtuosa.

            Algunos electores de derecha ven en los conflictos internos la principal falencia del sector y reclaman unidad. Es deseable que los proyectos societarios -también los políticos- eviten caudillismos, lo que garantiza mayor cohesión, armonía y gobernabilidad. Pero no es bueno restringir la exposición de estilos y matices que enriquezcan ideas y programas. Guste o no, la libertad individual es inherente a la derecha, parte de su ADN, cualidad que la distingue de otros conglomerados con más corderos que militantes.       

La mayor debilidad de la Alianza no está en sus conflictos internos, muchos ya superados, sino en su estrategia y convicción. ¿Es perdurable un triunfo basado principalmente en los errores del adversario más que en las propias fortalezas? ¿Es sustentable el poder político originado en fracasos como el Transantiago o en escándalos como los MOP Gate, Chiledeportes, Planes de Empleo o EFE, por sólo nombrar algunos? Y si ellos no hubieren ocurrido, ¿cuáles serían hoy las banderas de la Alianza? ¿Con qué argumentos aprovecharía la volatilidad de los votos que le faltan para ganar? ¿Dónde están sus ideas y proyectos?       

Otros piensan que lo importante es derrotar a la Concertación y ser gobierno. Luego vendrá lo demás. Y si para alcanzar el objetivo es preciso evitar la confrontación de ideas, adoptar consignas de izquierda o sólo marcar fracasos y corruptelas, bienvenido. Este camino puede dar algunos dividendos electorales transitorios, pero es equivocado en la forma y en el fondo.

En la forma, porque la izquierda impondrá sus consignas con más credibilidad que la derecha y sus escándalos serán contrarrestados con otros ejemplos que, veraces o no, también registran un juicio negativo. De este modo, la estrategia derivará en empate.

Y en el fondo, porque nunca es bueno transar principios y valores para acceder a espacios que repugnan a la conciencia. Ni siquiera es necesario. Con las ideas de Jaime Guzmán, sin mimetizarlas, la UDI pudo infiltrar las bases del Partido Comunista, quitarle apoyo popular y ser hoy el partido político chileno con mayor número de parlamentarios. También lo hicieron, en su momento, Thatcher, Reagan e, incluso, Pinochet.

La Alianza debe mantener su cohesión interna, denunciar los errores de la Concertación y ganar las elecciones. Todo ello sirve y es necesario, pero no basta. Para perdurar, ser confiable y hacerlo bien, ha de superar sus tribulaciones y adherir con entusiasmo a sus propias ideas, mostrándolas, sin eufemismos ni temores, como el único camino sustentable y ético para superar la pobreza y alcanzar un desarrollo acorde con la dignidad humana: libertades individuales, fortaleza de la familia, rechazo al aborto; propiedad privada, comercio libre, bajos impuestos, flexibilidad laboral, privatizaciones, subsidios directos y estrictamente necesarios; incentivos a la innovación tecnológica, a las PYMES y al emprendimiento; Estado subsidiario, moderno, pequeño y musculoso.

Esta es su marca distintiva, su razón de ser en política y el hálito que inspire su programa de Gobierno ■             

Alfonso Ríos Larrain  Enero 2009

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